On the road again




30 de julio. Santander.


Ya te digo yo que aquel concierto, disfrutado desde palacio con genial compañía, tenía que molar tela marinera… pero no podía quedarme. Aquel día estaba experimentando sensaciones olvidadas a golpe de pretil. Acababa de estrenar un casco abatible, el tipo de casco casi obligatorio para viajar. Y me estaban entrando ganas… La fortuna quiso que llegara hasta mí un traje que resultó ser de los pocos, muy pocos, que podían hacerme olvidar mi maltrecha “chaqueta de los viajes”. Cómodo, con bolsillos varios y ventilaciones atrevidas, inmaculado, esperando manchas de cualquier kilómetro perdido en una carretera cualquiera de por ahí. Y me estaban entrando ganas… El destino quiso que, poco a poco me convenciera de que cuando uno acciona el freno de la moto, la moto casi siempre frena. Y me estaban entrando ganas de no frenarme.
Sabía que en mi calendario tenía algunos días libres, intuía que en mis bolsillos quedaban algunos euros…
Y como yo había observado que moteros de toda Europa acostumbraban a frecuentar los montes Alpes cuando hay poca nieve en ellos, pensé que, tal vez, yo también podía ir a dar una vuelta por allí, aunque fuera solo, que ya me encontraría con alguien seguramente.
Y cuando coinciden en una misma dimensión las ganas de viajar, algo de tiempo, algunos euros y un destino cualquiera, a ti no sé pero a mí se me escapa una incontenible sonrisa.
Y te digo yo que aquel concierto, disfrutado desde palacio con genial compañía, tenía que molar tela marinera pero, mientras mis amigos intentaban convencerme para que me quedara, a mi se me escapaba una incontenible sonrisa… McBauman, al fin, había vuelto; McBauman, al fin, ya estaba en la carretera.
Otra vez.